miércoles, 23 de noviembre de 2011

AQUÍ ME PONGO A CANTAR

A LOS CINCO

Rebalsó
Algo rebalsó
¿tinta?
¿sangre?
Fue a los cinco
Que la tinta colapso con la sangre
Fue  los cinco
 y no era lorca
Sencillamente
porque a los cinco
No se puede ser lorca

A los cinco se es
Inocente
A los cinco se nos caen
Los dientes
Y se vive
A los cinco
Como si nunca hubiesen existido
Ni la guerra ni los dientes.

Sencillamente no importa
De quien son los dientes
Ni las bombas
A los cinco
Nada de eso importa.

El juego de la media luna
Mitad media mitad una
No se aprende a jugar
A jugar no se aprende
A los cinco
se juega juega
se juega aunque se tenga
la sangre
entre las piernas.

Olvidados de la muerte
Jugábamos a la luna
Mitad media mitad una
A los cinco
Sin embargo
también se empieza a ensombrecer

Cuando llegó la noche
oculté
la sangre que llevaba entre las manos
entre las sombras
Mis pasos iban ciegos
Supe entonces y no olvidaré:
Los niños perdidos
son una mentira del desierto

en las arenas arden
los espejos
que son de fuego
y anda rondando
siempre
la muerte
bajo el ala de un buitre.
Con los años debería venir la calma
También
Sobrevolando desde alguna parte del cielo
O bien
La casa… la alcoba… el sosiego…

Amo este mundo
Lo se en las entrañas
Dijiste que me amabas, dios, pero te creo,
Te creo como creo en la esperanza
Y espero…

¿Cambiará algo en esta eternidad de arena
 con el tiempo
Vendrá el perdón cabalgando desde allá
Con el viento?

¿Sanaremos?

LA CHECHU

EL LAZARILLO DE BORGES

DE CASCOS AZULES, ROJOS Y BLANCOS
Recuerdo que, apenas el Washington me anotició de la posibilidad de integrar el once tricolor que iba a participar del primer superclásico en tierras africanas, salí desesperado rumbo a la carpa de la O.N.U. en donde realizaba sus labores.
 Mucho no me costó llegar hasta su posición porque yo estaba cerquita. Es que deambulaba de mochilero por Sudáfrica, más precisamente en Ciudad del Cabo en donde había anclado gracias a que el chema, un español que había puesto un bar de tapas aprovechando el bomm por el mundial de rugby del año anterior, el furor por Mandela y de los Springbooks por frenar al Lomu del racismo. Además, ya estaba harto de los safaris que te bambolean el estómago al punto de tener más arcadas que en arriba de un Boing 747; los zoológicos naturales, en donde existen menos probabilidades de encontrar un puto pochoclero que recibir un coca con el gas suficiente que tienen todas las cocas en medio del campo del Centenario, en pleno recital de los Redondos. Es que esa gran mansión que es la sabana subsahariana te come la cabeza. Llega un momento que todo te pudre. De respirar tanto aire puro te rompe las pelotas porque no lo podes depositar en tu caja de ahorros. Puede ser que influya el hecho de haber vistos tantos documentales de panteras al acecho o qué. Pero ya andaba con las hormonas a full y quería morfarme cualquier nativa, extranjera o extraterrestre que me diera el menor indicio de onda. Y la barra del bar del Chema era ideal como parnaso etílico para atraer a las garotinhas de este lado del charco.
 De repente ocurrió lo inesperado: me llama urgente mi prima desde Balbín para decirme que su hermano, el Washington “pepe” Zalayeta, que hacía como un año que yiraba por Angola como casco azul (bahh, eso de azul es un eufemismo. El le había pintado un par de rayas rojas y blancas para ser ¡el primer casco tricolor del mundo!) y me invitaba a participar del primer superclásico en suelo africano. Resulta que entre los tres mil cascos yoruguas que transitaban el globo arriesgando la vida con la misión de ayudar a los demás, a uno se le ocurrió inscribir, en la única maceta en kilómetros a la redonda en contener un girasol, la leyenda “serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera”. ¡Para quéeee! Se armó un tole tole padre. Porque esa inscripción pertenece, como te habrás dado cuenta, a un fragmente del himno de los innombrables. Bueno, sí: manyas, carboneros, etc, etc, etc…Y cargada va, cargada viene del tipo “tenemos más Libertadores” o “Nosotros hicimos la cancha en donde Artigas partió, en cambio ustedes no tienen ni un cenicero”, todo terminó en una discusión que casi, ante la mirada de propios y extraños, llegan a las manos los mismísimos emisarios de la Buena Voluntad. Uno se rescató y ensayó una excusa algo así (yo cuento lo que me contaron) como “los pibes son buenos, vienen a colaborar, el único problema es entre ellos, es que hay fuerzas malignas que tienen adentro y que los dominarán si no las expulsan a tiempo. Es lo mismo que si a ustedes se les manifiesta el diablo que lucha contra el  Orixás”.
 Y se encendió una mecha que sólo podría apagarse entre un enfrentamiento entre mirasoles y bolsilludos. Así fue cómo se organizó el esperado partido programado para ese 24 de agosto, en el estadio nacional de Huambo, con tribunas a reventar y hasta árbitros oficiales.
Y hasta allí partí. Cómo no iba a jugar si soy el depositario de la herencia fallida por ver al tricolor. Y digo fallida porque mi viejo, “El Viejo”, recién se pudo escapar del penal de Punta Carretas en septiembre del ’71 mientras que, los goles de Espárrago y Artime, que nos dieron la primera Libertadores en partido desempate contra el pincha, los convirtieron en junio de ese mismo año. Qué diría él, sí, el mismo que cruzó por el túnel los 45 metros que lo separaban de la libertad que significaba llegar al patio de la casita de enfrente al hoy Shopping para inscribir su nombre para siempre en el Guinnes como integrante de la mayor fuga de presos políticos del mundo. Es por eso que, 25 años después de aquella gesta yo repararía el daño histórico jugando el primer superclásico en tierras africanas. Veinticinco años por cuarenta y cinco metros. Nada mal. Además, creí en los buenos augurios cuando en la explanada que va al Estadio me choqué con un busto de Antonio Agostinho Neto. Resulta que el tipo, en el ’61, atacó la prisión de Luanda y liberó a cientos de presos. Vaya señal que me mandaba mi viejo desde vaya a saber dónde. Te digo que yo sólo creo en las señales cuando estoy a más de 10 mil kilómetros de mi casa con un sorete enorme de tomar hasta media gota de agua. Por el cólera, te das cuenta.
 Ahora, los recuerdos de Angola se me van esfumando sin importar el orden cronológico de los hechos. Pensar que antes sabía distinguir lo que era la capital del resto de los pueblitos. Con sólo mirar un detalle que podía ser un edificio, una plaza o un medio de transporte y zas: sacaba al toque de qué estábamos hablando. Entre las estrías de sensaciones que te puedo contar la primera que se me aparece es que no saben manejar. Decididamente no saben. En Latinoamérica conducimos como Alfred, el mayordomo de Batman, al lado de ellos. Encima, para encontrar un puente para el paso de los peatones te tenés que ir hasta Madagascar más o menos. Además, es imposible caminar en línea recta. Jamás de los jamaces. En Luanda, la capital misma, directamente todas las baldosas sufren algún desperfecto geométrico que derivan en pequeños esguinces de tobillos. También puede ocurrir que una de tus piernas se vaya para abajo como si se hubiera adentrado en un pozo ciego hasta que la ingle logra detener el furtivo descenso al mismísimo agujero oscuro. Y si clavás la vista en las baldosas corres el riesgo de llevarte por delante una montaña de basura. Es así. No importa el barrio. Y si tomas ambos recaudos, esto es virar la vista tanto a 45 como a 90°, preparate  porque una chola (digo chola porque es más o menos lo mismo), que lleva con perfecto equilibrio una pila de panes o frutas encima de su cabeza te de un caderazo que te manda al mismísimo suelo que, como ya te había alertado que estaba roto, se te incrustarán en las palmas de las manos los pedacitos de baldosas que no te pudieron provocar la torcedura del pie.
 Y, si por esas casualidades superaste a todas y a todo, tené cuidado con las Hummers que te pueden levantar por el mismísimo aire y desaparecer antes de que caigas ¡Y andá a esperar a la ambulancia! Y vos que te quejabas de la tardanza de la del Clínicas. Acá podés esperar hasta el próximo Diluvio Universal…Es que, por estos lares, los que manejan aquellas camionetas o son empresarios extranjeros o diplomáticos pasando por políticos locales o algunos angoleños tránsfugas que se beneficiaron por la ola de inversiones en infraestructura vial, gracias a las prebendas que les dio el gobierno con el fin de construir rutas que conecten a las dieciocho provincias del país. ¡Sabés la montaña de kwanzas que es todo eso!

 Por suerte, una vez que ingresamos al campo, nos olvidamos de todo. Esa era mi misión: llegar a la mañana del 24 de Agosto al vestuario del Estadio Nacional de Huambo. Y hasta allí fui no más. Recuerdo que el primer aspecto serio, que me situó en lo dramático del partido fue cuando lo referees, vestidos como dios y la asociación manda, nos vinieron a alertar que no iban a tolerar el juego brusco.  
 Las tribunas estaban por reventar. No entraba ni un alfiler. Llevaban más de 20 años de guerra civil y, para ellos, que haya 22 jugadores extranjeros era más o menos que John Lennon decida volver a los Beattles y elija al Solís para el reencuentro. Noventa minutos de fobal es, para ellos, la distracción necesaria que no conseguirán en el Discovery Kids o en el Warner Channel sencillamente porque no los tienen.  
 Salimos a hacer el calentamiento a una suerte de cancha auxiliar que tenía más hormigueros que en Campo del Cielo, allá por el Chaco argentino. Tuvimos que incinerar a algunos para poder trotar tranquilos. Porque uno no más te baila la cumparsita así que imaginate un hormiguero entero.
 El sol pegaba duro. Cuando una nube cubre el sol te parás a cantar el himno de la alegría. No iba a ser el único maraca en pedir un poco de protección solar 40. Ahh, ni bien pegué el primer pique corto me pegué una inhalada que casi me muero. Inhalada te dije. Porque resulta que el aire está contaminado porque en todo el país existen unos armatostes que generan electricidad a base de gas oil por culpa de la provisión deficiente de EDEL, la empresa encargada de suministro. Eso, sumado a la quema de basura que te había mencionado antes, que es a nivel nacional, hace prácticamente imposible respirar a fondo. Y yo recién tomé conciencia en la entrada en calor. Es que eran tantas las ganas de llegar a tiempo al clásico que ni me había percatado de la baranda a huevo podrido que tiene el aire. Ya sea en Cabinda o en Benguela el asunto es lo mismo. Y no me iba a poner un barbijo para que me carguen como si fuera Bruce Willis en Armagedon.

 El partido empezó con todo. A pura patada. Apuesto a que era más fácil cruzar con vendas en los ojos el zócalo del D.F. que la mitad de la cancha sin que te den un patadón en la tibia. Es que todos nos matábamos por ganar. Recuerdo que a uno de los manyas lo junaba porque había sido compañero mío en un Call Center de una empresa de celulares que estaba en la Ciudad Vieja. Allí trabajé dos años para juntar la guita para el pasaje. ¡Y mirá a dónde llegó este carlitos! ¡Casco de la Buena Voluntad! Y pensar que en el laburo era un ortiva de aquellos: sólo se dignaba a atender las consultas mientras que, a las quejas, o las desviaba al compañero recién llegado o, directamente, les cortaba a los pobres cristianos. Recuerdo que una vuelta se lo hizo a un camionero que andaba por Tacuarembó y no tenía la señal suficiente para saludarla a su hijita en el día de su cumple que vivía en el Pan de Azúcar. ¡Y el guacho le cortó!!!

 La gente se venía abajo. Las estampas de las banderas las tengo grabadas a casi todas. ¡Cómo olvidarlo! Había con siglas MPLA, FNLA y UNITA. Al principio me importaba un carajo te voy a ser sincero. Vení con la bandera que quieras mientras gane el bolso. Después me contaron que fue la primera vez que agrupaciones de los tres grupos comando que querían hacerse del poder convivieron en paz por 90 minutos ¡Todo un récord! Resulta que el MPLA contaba con aliados cubanos y material bélico de la Unión Soviética, ni más ni menos. Bahh, hasta Gorbachov. Las otras, las que estaban en la tribuna de la Amsterdam si tomamos al Centenario de ejemplo, eran las de la UNITA. Confieso que al principio me resultó agradable el nombre. Parecía el de unos gurices que armaron un equipo de esgrima para competir en un provincial o de la casa de inmigrantes de la Toscana que armaron un centro de jubilados y caminan, plácidos, por la peatonal de Mar del Plata. Pero, al tiempo, me enteré que los supuestos bebés de pecho representaban a los chinos y a los estadounidenses que no querían compartir el poder con los primeros. Ah, como si fuera poco, los del MPLA no querían a ninguno de los dos movimientos anteriores y, para ello, recurrieron a la ayuda de Zaire y Sudáfrica. Parece que el bolonqui entre los tres vino después de que se unieran para echar, de una buena vez, a los portugueses. Obvio, lo de siempre: después uno quiso hacerse la América pero no entendió que no estaba en América sino en Africa. Y todavía están viendo quién le pone el cascabel al gato. Resulta que el tufo viene desde la Revolución de los Claveles allá por el ’74.  Y pensar que yo no era ni un proyecto de botija.
 Sabés cómo metí en el primer tiempo. Parecía Russel Crow en Gladiador. No me importaba nada. Terminó uno a uno por culpa del árbitro que cobró un penal por bando. El de ellos, en el minuto de descuento. Mirá lo que son las cosas: nos cagamos a patadas, tackle al cuello, escupimos, nos insultamos, hicimos tiempo después de que nos pusimos en ventaja y el puto de la momia esta vestida de negro nos cobró mancha en el área nuestra. Y pum, empataron el partido. Sí, son iguales en cualquier rincón del planeta.
 En el entretiempo pasó lo peor. Es que me doblé el tobillo en la jugada previa al penal y se me puso como una bergamota. Y, cuando amagué con pedirle al de la cruz roja que me infiltraran me clavó la mirada y me anotició: “Van más de 500 mil muertos, hay 4 millones de refugiados y por si no te queda claro hay alrededor de 100 mil mutilados por las minas y vos querés que gastemos una infiltración por un partido entre 22 yoruguas dementes que se creen que están en el Parque Rodó un domingo por la tarde”.

 Es así. En ese momento sólo valía lo que pasaba ahí adentro del verde césped. Lo demás me resbalaba. Mirá, recién a los tres años de jugado ese partido regresé a Montevideo a la casita de mi hermana Tatiana que se había construido cerca del Trócoli gracias a la ayuda de su difunto Leonardo, Leo para nosotros, que lo agarró una sudestada en una madrugada que había salido de pesca desde el Polonio, recién ahí me enteré, gracias a una enciclopedia para niños que tenía el Agus, mi sobrino, que a Huambo la llamaban, en tiempos de portugueses, “Lisboa Nova”. Y, en tren de confesiones, nada tenía que ver con la marítima y nostálgica capital de Portugal puesto que Huambo era el punto más estratégico del país gracias a su ubicación mediterránea.

 Pero en el segundo tiempo los liquidamos. Dos del Ruso y a la bolsa. Ya quedamos para siempre en la historia que es lo que importa. Ser parte del once tricolor que ganó el primer superclásico en tierras en donde el hombre empezó a ser hombre. Ya lo somos en el interior del país con ese 4 a 1 en San Carlos, en el ’32; los primeros en ganar fuera de la frontera del país gracias a otra goleada, esta vez 4 a 0 en La Plata, en el ’60; y tenemos el palmarés del primer triunfo en el clásico jugado en Europa hace poquito no más, en el 2005 en La Coruña.  
 Un lugareño, que no entendía ni mu y que fue con su hijo a ver el partido pensando que iba a jugar Maradona  (recuerden las andanzas del Diego por Punta en aquella época, casi la única noticia que llegaba del sur de América del Sur junto con la revolución productiva menemista) me miró con cierto desenfado y me dijo en un perfecto portuñol: “El clásicu también se olvidará. Si olvidamusss lo de Rigan”. El no entendía que hasta la visita del Papa o de Nixon en medio del watergate puede olvidarse pero que el fobal no viejo. Un partido nunca se olvida. O acaso nos hemos olvidado cuando en el ’16 goleamos a los chilenos por 4 a 0 y éstos querían impugnar el partido alegando que la delantera nuestra estaba integrada por africanos…
 El tipo se refería a cuando Ronald Reagan recibió al líder Sabimbi porque era anti marxista y que, como resultado del encuentro, le dio vía libre a la matanza de los opositores. El tipo también me contó que también hubo olvido de la masacre en la ciudad de Kuito. Parece que la llamaban la Stalingrado africana. Eran 50 mil y reventaron a 70 mil, según los forenses. No me preguntes como. ¿Y sabés quienes fueron? Los nenes de la UNITA. Con este marco quién se va a acordar de algo. Es muy peligroso. Además, viven el presente bastante discontinuo…discontinuo por alguna explosión.
 Y nos fuimos a festejar, obvio. Aún tengo la foto que nos sacamos mamados debajo del árbol nacional de Angola: el Baobab, ¡qué ironía! Porque somos los únicos más campeones. Sí, también es verdad: estos morochos también están sólos como el Principito. Pero no por vanidad. 




 EL CHU




BORGES Y EL INFINITO


                                                                En estos tiempos actuales, solo lo fantástico tiene
                                                                 Probabilidades de ser cierto
                                                                              (Pierre Teilhard de Chardin)

           Siento inquietud y zozobra. Tomo un libro de Borges y me interno en la lectura del Aleph. En esos momentos no quiero ser crítico literario, ni analizar las estructuras de ningún lenguaje.  Me sumerjo en el cuento. Junto con Borges, me instalo en el decimonoveno escalón de la escalera del oscuro sótano de la casa de la calle Garay, que gracias al sano recuerdo de la imaginación aún no fue demolida. Se me asegura que allí hay un Aleph. Desconcertado  le pregunto a Borges qué significa un Aleph. Sonriente y parsimonioso me contesta que “el Aleph es un punto en el espacio que contiene todos los puntos”. Venga, me dice, vamos a recorrerlo juntos. Sin muchos protocolos me comenta que ese punto representa el infinito de otros infinitos que guarda consigo en un instante. Describir con palabras esa experiencia implica expresar en el lenguaje corriente la representación de  una sucesión indefinida que se despliega en un tiempo finito. Pero lo que se ve realmente en ese punto es la totalidad de todas las cosas y de acontecimientos que sucedieron, suceden y que sucederán reflejados como en un espejo en un solo instante que podríamos denominarlo místico.  Temeroso traté de acomodar mi ojo en la dirección que Borges me indicaba. Pero enceguecido por la desbordante luz que venía de ese pequeño círculo que había en la escalera y que mi ojo dolorido trataba de rechazar, no podía percibir las formas que Borges me había descrito. Todo era luz resplandeciente no atenuada por la necesaria oscuridad que permite ver a las cosas en su verdadera dimensión sensible. Me esforcé pero reconozco que fracasé en la experiencia. Entonces Borges sonriente me dijo, que para percibir las formas es necesario atemperar la luz con el ensamble del decir poético y el pensamiento especular. Y recalcó que ningún mundo se nos da gratuitamente, el Aleph se construye con esfuerzo y dedicación ¡Lo demás deséchelo! Busque su Aleph a través de los laberintos que nos propone la existencia y allí encontrará el infinito y tal vez la eternidad. De repente suena un timbre y sobresaltado me despierto. La figura de Borges se esfuma tras el despertar del sueño. Y su evocación se dirige a un punto que tal vez algún día se me permita llamarlo mi Aleph 


EL ÉTOR






DESPERTAR EN LA PLAYA

Despertó en la playa. Ladeó la cabeza de un lado al otro y se encontró solo. El murmullo de las olas llegó a sus oídos y sus ojos miraron la lejanía contemplando el vacío del horizonte. En un instante tuvo el acertado sentimiento de que había sido abandonado y la experiencia súbita de la soledad absoluta ante la pérdida de su entorno tan  familiar  hasta ese momento. El amo de siempre que  había jugueteado con él innumerables veces y que tantos mimos le había ofrecido ya no estaba a su lado; se había ido quien sabe adónde para no retornar a buscarlo. Esa sensación de desconcierto duró algunos minutos y aunque no estaba en  su naturaleza el contabilizar el tiempo sino solamente merodear por el espacio,  experimentó  de repente que de un lugar apacible y placentero, el paisaje se le tornó arisco y  muy lejos de ser hospitalario  y un sitio poco favorable donde  arraigarse. Se levantó miró hacia todos lados y comenzó la ardua tarea de caminar lentamente por una de las calles centrales de la ciudad  que para él era solamente un sendero más y que no tenía un nombre, ni número, y que esa caminata tampoco significaba ahora un paseo como cuando salía a correr  con su amo y evocaba el sonido con que lo llamaba , que aparentemente en el lenguaje humano significaba algo, pero que para él no era nada más que  un eco  que correspondía con gestos de alegría y de obediencia en los espectaculares  saltos que realizaba alrededor de piernas conocidas y de una mano que sujetaba una correa que terminaba con algo así como un collar arrollado a su pescuezo. Siguió caminando, observando cada cosa que se interponía en su camino. De pronto se dio cuenta que tenía hambre y sed. ¡Qué fácil resultaba antes el tener esas sensaciones y lo rápido con qué le suministraban  esos elementos cuando los necesitaba! ¿Cómo haría ahora? Miró a su alrededor y vio un charco con agua.  Al principio dudó pero la sed era muy grande, así que se precipitó rápidamente en el charco, que a él le pareció un oasis y sorbió esa estancada agua  con ganas una y otra vez hasta saciar la sequedad áspera de su garganta. También y un poco más adelante  vio un bulto tirado en  la calle, lo rompió y con sorpresa comprobó  que había comida que alguien había escondido en esa bolsa. Engulló con rapidez esos restos hasta terminarlos. Los humanos dicen que sólo ellos son capaces de rumiar cosas en su cerebro pero él evidentemente rompía con esa regla. Y se le ocurrió cavilar que aquello que le ocurría ¿no sería acaso el precio que había que pagar por no contar con un dueño que le proporcionara el alimento y cierta protección, a cambio de soportar los cambios de humor y  sus quejas y a veces hasta  sufrir algún  castigo, cuando algo que  hacía no estaba dentro de sus planes? Se sintió anímicamente un poco mejor y se alegró de poder ir libremente por donde quisiera sin que lo condicionaran con el collar y le indicaran con golpes de soga el camino a seguir. También sospechó  que surgirían inconvenientes y nuevos peligros y que el mundo que se abría ante sus ojos no era un lecho de rosas, pero experimentar que solamente era un ser libre y sin ataduras ,  era eso lo que ahora importaba. Y en ese súbito despertar lo embargó una inmensa alegría y husmeando ávidamente el sendero, se alejó calle abajo hacia otro destino para él desconocido.


                                                                EL ÉTOR







                                                                                              
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