miércoles, 21 de diciembre de 2011

NEUROTICONES

UNA REFLEXIÓN EN CÍRCULO


Creo que el círculo está de moda. Es un concepto que nos remite a considerar el centro como el lugar donde convergen todos los radios de todos los puntos posibles que conforman la línea demarcatoria del límite del circulo, dejando afuera todo aquello que no está en el círculo. Por eso se forman círculos por todas partes y conforme a todas las actividades sociales posibles. Está el círculo de amigos que chupan cerveza y otras bebidas edificantes  y terminan habitualmente  en el círculo de alcohólicos anónimos y que se llama anónimo para que no sean identificados los choborras que allí asisten; y así podríamos identificar infinitos círculos con distintos nombres pero matemáticamente iguales. Y ya entrando en honduras más filosóficas encontramos la totalidad de lo existente que también se graficó como un círculo, lo mismo que los huevos de Venn (no confundir con huevos testiculares) y que fueron para identificar a la doctrina de los conjuntos y que en el colegio te hacían hacer los círculos en el cuaderno y vos íntimamente te preguntabas ¿que corno será esto ?y como eras irresponsable terminabas haciendo algo relacionado con eso pero que no tenían nada que ver con los conjuntos. Por eso amigo lector,  tratemos de seguir haciendo círculos y no tomar el camino de la línea recta que al final no te lleva ninguna parte y por línea general te vas a los caños apartándote de lo originario cada vez más, como dirían los defensores del mito. Por eso esta civilización está tomando el considerar a la historia como un círculo y ya se habla del eterno retorno, o sea que no hay nada nuevo bajo el sol sino una mera repetición de lo ya dado,  empezamos en un punto y terminamos en el mismo punto luego de andar dando vueltas en círculo.
                   Bueno espero que esto no los haya aburrido y  concluido en un círculo vicioso  y como se podrá apreciar si en una época las camas eran rectangulares y  hoy en día han pasado a ser camas redondas (sin segundas intenciones.)
Como no releo lo que escribo sepan perdonar si hay algún desliz terminológico que contenga algún significado que pueda ser interpretado como no apto para menores de 12 años o bien que pueda ser interpretado como una gran estupidez tomada desde el punto de vista literario.
                                 EL ÉTOR.

viernes, 16 de diciembre de 2011

AQUÍ ME PONGO A CANTAR


Inmensurable don el de nacer
Entre tantas otras cosas…

La soledad debería ser una especie de la paradoja

Sin embargo…

La vida, esa eternidad in media res,
Se disfraza para burlar al inefable
 fin,
Y fabrica
trajes de olvido
Sobre el cuero deforme del origen

Así erige,
En la trabajosa, incesante, tarea
De cubrir con ademanes de cera
El rostro urgente del sol que nace cada día,
La belleza
En una flor, por ejemplo,
Para el alivio
en el templo
De la no vencida muerte.
***

¿Donde se oculta lo real
Con su natural forma de no ser?
En el fondo de qué suspiro vital
Palpita
La muerte.

LA CHECHU



LLUEVE


De todos modos
La lluvia acontece
Sobre el cabal testimonio de  la piedra
Y la moja
Aunque no quiera

¿Qué caprichosa
Desmedida resistencia
Le haría frente al sagrado
Dominio de la naturaleza?

Lo que es
Es
Existencia

Algo asi
Como
El unánime deseo del cosmos
Se manifiesta
En la lluvia
(Cuando llueve)
Con toda su inodora
Incolora e insípida
Certeza
De agua clara que no cesa
De caer.

Desdichado aquel
que seco
en la dura costra de su intransigencia
o en el desquicio del dolor acobardado
permanezca
porque mundo nunca será
como quisiéramos.

 LA CHECHU

NEUROTICONES

LA SOLEDAD

Fue un despertar tal vez no buscado. Caminaba solitario por la playa y de pronto surgió en mí un anhelo de empezar a participar del mundo errante de mis pensamientos. ¡Qué raro era percibirse en ese estado de autoconciencia! Es como si el mundo interior se trastocara y ese barullo de ideas, recuerdos, imágenes, que hasta esos momentos conformaban una parte constitutiva con la propia conciencia, pasaba en un instante a ser
el objeto mismo de la contemplación. Era mi mundo y yo en ese mundo. Ese espacio íntimo abierto se constituía a no dudarlo, en un profundo misterio del cual no sólo me permitía vincularme con el mundo circundante, sino también abismarme en mi propia experiencia y ser un punto de mira, donde lo otro era mi propia existencia vivida, reflejada como en una pantalla que llevaba adherida conmigo y que podía hacerla
presente en el momento que me lo propusiera. Ese acto consciente me estimuló para ulteriores incursiones en esos estados de conciencia que llevaban a imaginarme la conciencia, como un infinito océano y que en sus profundas aguas navegaban como veleros, pensamientos, algunos concretados en conceptos abstractos, otros involucrados con imágenes y símbolos de cosas y hechos vividos en otros momentos y que se resolvían como recuerdos evocados en este presente con algo de cinematográfico,
integrando a la par mi entorno rodeado de un renovado mar ahora real y no imaginado, que se perdía en el horizonte mientras una fina arena se resbalaba como una tenue caricia entre mis manos. En esos instantes de éxtasis me sentí transportado a un mundo del cual era partícipe y al mismo tiempo fantaseado por un yo duplicado en una ilusión pero que no dejaba de tener mi propio sello personal. Luego todo se escurrió repentinamente en un loco frenesí de ruidos que llegaron de un aparato electrónico que trastornó el ambiente. Era lo desigual de ese otro orden no buscado por mí, y que me despojaba de mi cosmos solitario en el cual estaba sumergido y habitando silenciosamente en lo más profundo de mí ser. Y en un instante llegué a comprender que en la soledad las experiencias psíquicas se funden en una totalidad armoniosa y
placentera, pero pasan a ser partículas de cenizas que se incineran con el contacto de otros mundos situados en diferentes centros de conciencia disímiles del mío. Seguí caminando pero el punto de vista fue otro.

EL ÉTOR

miércoles, 23 de noviembre de 2011

AQUÍ ME PONGO A CANTAR

A LOS CINCO

Rebalsó
Algo rebalsó
¿tinta?
¿sangre?
Fue a los cinco
Que la tinta colapso con la sangre
Fue  los cinco
 y no era lorca
Sencillamente
porque a los cinco
No se puede ser lorca

A los cinco se es
Inocente
A los cinco se nos caen
Los dientes
Y se vive
A los cinco
Como si nunca hubiesen existido
Ni la guerra ni los dientes.

Sencillamente no importa
De quien son los dientes
Ni las bombas
A los cinco
Nada de eso importa.

El juego de la media luna
Mitad media mitad una
No se aprende a jugar
A jugar no se aprende
A los cinco
se juega juega
se juega aunque se tenga
la sangre
entre las piernas.

Olvidados de la muerte
Jugábamos a la luna
Mitad media mitad una
A los cinco
Sin embargo
también se empieza a ensombrecer

Cuando llegó la noche
oculté
la sangre que llevaba entre las manos
entre las sombras
Mis pasos iban ciegos
Supe entonces y no olvidaré:
Los niños perdidos
son una mentira del desierto

en las arenas arden
los espejos
que son de fuego
y anda rondando
siempre
la muerte
bajo el ala de un buitre.
Con los años debería venir la calma
También
Sobrevolando desde alguna parte del cielo
O bien
La casa… la alcoba… el sosiego…

Amo este mundo
Lo se en las entrañas
Dijiste que me amabas, dios, pero te creo,
Te creo como creo en la esperanza
Y espero…

¿Cambiará algo en esta eternidad de arena
 con el tiempo
Vendrá el perdón cabalgando desde allá
Con el viento?

¿Sanaremos?

LA CHECHU

EL LAZARILLO DE BORGES

DE CASCOS AZULES, ROJOS Y BLANCOS
Recuerdo que, apenas el Washington me anotició de la posibilidad de integrar el once tricolor que iba a participar del primer superclásico en tierras africanas, salí desesperado rumbo a la carpa de la O.N.U. en donde realizaba sus labores.
 Mucho no me costó llegar hasta su posición porque yo estaba cerquita. Es que deambulaba de mochilero por Sudáfrica, más precisamente en Ciudad del Cabo en donde había anclado gracias a que el chema, un español que había puesto un bar de tapas aprovechando el bomm por el mundial de rugby del año anterior, el furor por Mandela y de los Springbooks por frenar al Lomu del racismo. Además, ya estaba harto de los safaris que te bambolean el estómago al punto de tener más arcadas que en arriba de un Boing 747; los zoológicos naturales, en donde existen menos probabilidades de encontrar un puto pochoclero que recibir un coca con el gas suficiente que tienen todas las cocas en medio del campo del Centenario, en pleno recital de los Redondos. Es que esa gran mansión que es la sabana subsahariana te come la cabeza. Llega un momento que todo te pudre. De respirar tanto aire puro te rompe las pelotas porque no lo podes depositar en tu caja de ahorros. Puede ser que influya el hecho de haber vistos tantos documentales de panteras al acecho o qué. Pero ya andaba con las hormonas a full y quería morfarme cualquier nativa, extranjera o extraterrestre que me diera el menor indicio de onda. Y la barra del bar del Chema era ideal como parnaso etílico para atraer a las garotinhas de este lado del charco.
 De repente ocurrió lo inesperado: me llama urgente mi prima desde Balbín para decirme que su hermano, el Washington “pepe” Zalayeta, que hacía como un año que yiraba por Angola como casco azul (bahh, eso de azul es un eufemismo. El le había pintado un par de rayas rojas y blancas para ser ¡el primer casco tricolor del mundo!) y me invitaba a participar del primer superclásico en suelo africano. Resulta que entre los tres mil cascos yoruguas que transitaban el globo arriesgando la vida con la misión de ayudar a los demás, a uno se le ocurrió inscribir, en la única maceta en kilómetros a la redonda en contener un girasol, la leyenda “serás eterno como el tiempo y florecerás en cada primavera”. ¡Para quéeee! Se armó un tole tole padre. Porque esa inscripción pertenece, como te habrás dado cuenta, a un fragmente del himno de los innombrables. Bueno, sí: manyas, carboneros, etc, etc, etc…Y cargada va, cargada viene del tipo “tenemos más Libertadores” o “Nosotros hicimos la cancha en donde Artigas partió, en cambio ustedes no tienen ni un cenicero”, todo terminó en una discusión que casi, ante la mirada de propios y extraños, llegan a las manos los mismísimos emisarios de la Buena Voluntad. Uno se rescató y ensayó una excusa algo así (yo cuento lo que me contaron) como “los pibes son buenos, vienen a colaborar, el único problema es entre ellos, es que hay fuerzas malignas que tienen adentro y que los dominarán si no las expulsan a tiempo. Es lo mismo que si a ustedes se les manifiesta el diablo que lucha contra el  Orixás”.
 Y se encendió una mecha que sólo podría apagarse entre un enfrentamiento entre mirasoles y bolsilludos. Así fue cómo se organizó el esperado partido programado para ese 24 de agosto, en el estadio nacional de Huambo, con tribunas a reventar y hasta árbitros oficiales.
Y hasta allí partí. Cómo no iba a jugar si soy el depositario de la herencia fallida por ver al tricolor. Y digo fallida porque mi viejo, “El Viejo”, recién se pudo escapar del penal de Punta Carretas en septiembre del ’71 mientras que, los goles de Espárrago y Artime, que nos dieron la primera Libertadores en partido desempate contra el pincha, los convirtieron en junio de ese mismo año. Qué diría él, sí, el mismo que cruzó por el túnel los 45 metros que lo separaban de la libertad que significaba llegar al patio de la casita de enfrente al hoy Shopping para inscribir su nombre para siempre en el Guinnes como integrante de la mayor fuga de presos políticos del mundo. Es por eso que, 25 años después de aquella gesta yo repararía el daño histórico jugando el primer superclásico en tierras africanas. Veinticinco años por cuarenta y cinco metros. Nada mal. Además, creí en los buenos augurios cuando en la explanada que va al Estadio me choqué con un busto de Antonio Agostinho Neto. Resulta que el tipo, en el ’61, atacó la prisión de Luanda y liberó a cientos de presos. Vaya señal que me mandaba mi viejo desde vaya a saber dónde. Te digo que yo sólo creo en las señales cuando estoy a más de 10 mil kilómetros de mi casa con un sorete enorme de tomar hasta media gota de agua. Por el cólera, te das cuenta.
 Ahora, los recuerdos de Angola se me van esfumando sin importar el orden cronológico de los hechos. Pensar que antes sabía distinguir lo que era la capital del resto de los pueblitos. Con sólo mirar un detalle que podía ser un edificio, una plaza o un medio de transporte y zas: sacaba al toque de qué estábamos hablando. Entre las estrías de sensaciones que te puedo contar la primera que se me aparece es que no saben manejar. Decididamente no saben. En Latinoamérica conducimos como Alfred, el mayordomo de Batman, al lado de ellos. Encima, para encontrar un puente para el paso de los peatones te tenés que ir hasta Madagascar más o menos. Además, es imposible caminar en línea recta. Jamás de los jamaces. En Luanda, la capital misma, directamente todas las baldosas sufren algún desperfecto geométrico que derivan en pequeños esguinces de tobillos. También puede ocurrir que una de tus piernas se vaya para abajo como si se hubiera adentrado en un pozo ciego hasta que la ingle logra detener el furtivo descenso al mismísimo agujero oscuro. Y si clavás la vista en las baldosas corres el riesgo de llevarte por delante una montaña de basura. Es así. No importa el barrio. Y si tomas ambos recaudos, esto es virar la vista tanto a 45 como a 90°, preparate  porque una chola (digo chola porque es más o menos lo mismo), que lleva con perfecto equilibrio una pila de panes o frutas encima de su cabeza te de un caderazo que te manda al mismísimo suelo que, como ya te había alertado que estaba roto, se te incrustarán en las palmas de las manos los pedacitos de baldosas que no te pudieron provocar la torcedura del pie.
 Y, si por esas casualidades superaste a todas y a todo, tené cuidado con las Hummers que te pueden levantar por el mismísimo aire y desaparecer antes de que caigas ¡Y andá a esperar a la ambulancia! Y vos que te quejabas de la tardanza de la del Clínicas. Acá podés esperar hasta el próximo Diluvio Universal…Es que, por estos lares, los que manejan aquellas camionetas o son empresarios extranjeros o diplomáticos pasando por políticos locales o algunos angoleños tránsfugas que se beneficiaron por la ola de inversiones en infraestructura vial, gracias a las prebendas que les dio el gobierno con el fin de construir rutas que conecten a las dieciocho provincias del país. ¡Sabés la montaña de kwanzas que es todo eso!

 Por suerte, una vez que ingresamos al campo, nos olvidamos de todo. Esa era mi misión: llegar a la mañana del 24 de Agosto al vestuario del Estadio Nacional de Huambo. Y hasta allí fui no más. Recuerdo que el primer aspecto serio, que me situó en lo dramático del partido fue cuando lo referees, vestidos como dios y la asociación manda, nos vinieron a alertar que no iban a tolerar el juego brusco.  
 Las tribunas estaban por reventar. No entraba ni un alfiler. Llevaban más de 20 años de guerra civil y, para ellos, que haya 22 jugadores extranjeros era más o menos que John Lennon decida volver a los Beattles y elija al Solís para el reencuentro. Noventa minutos de fobal es, para ellos, la distracción necesaria que no conseguirán en el Discovery Kids o en el Warner Channel sencillamente porque no los tienen.  
 Salimos a hacer el calentamiento a una suerte de cancha auxiliar que tenía más hormigueros que en Campo del Cielo, allá por el Chaco argentino. Tuvimos que incinerar a algunos para poder trotar tranquilos. Porque uno no más te baila la cumparsita así que imaginate un hormiguero entero.
 El sol pegaba duro. Cuando una nube cubre el sol te parás a cantar el himno de la alegría. No iba a ser el único maraca en pedir un poco de protección solar 40. Ahh, ni bien pegué el primer pique corto me pegué una inhalada que casi me muero. Inhalada te dije. Porque resulta que el aire está contaminado porque en todo el país existen unos armatostes que generan electricidad a base de gas oil por culpa de la provisión deficiente de EDEL, la empresa encargada de suministro. Eso, sumado a la quema de basura que te había mencionado antes, que es a nivel nacional, hace prácticamente imposible respirar a fondo. Y yo recién tomé conciencia en la entrada en calor. Es que eran tantas las ganas de llegar a tiempo al clásico que ni me había percatado de la baranda a huevo podrido que tiene el aire. Ya sea en Cabinda o en Benguela el asunto es lo mismo. Y no me iba a poner un barbijo para que me carguen como si fuera Bruce Willis en Armagedon.

 El partido empezó con todo. A pura patada. Apuesto a que era más fácil cruzar con vendas en los ojos el zócalo del D.F. que la mitad de la cancha sin que te den un patadón en la tibia. Es que todos nos matábamos por ganar. Recuerdo que a uno de los manyas lo junaba porque había sido compañero mío en un Call Center de una empresa de celulares que estaba en la Ciudad Vieja. Allí trabajé dos años para juntar la guita para el pasaje. ¡Y mirá a dónde llegó este carlitos! ¡Casco de la Buena Voluntad! Y pensar que en el laburo era un ortiva de aquellos: sólo se dignaba a atender las consultas mientras que, a las quejas, o las desviaba al compañero recién llegado o, directamente, les cortaba a los pobres cristianos. Recuerdo que una vuelta se lo hizo a un camionero que andaba por Tacuarembó y no tenía la señal suficiente para saludarla a su hijita en el día de su cumple que vivía en el Pan de Azúcar. ¡Y el guacho le cortó!!!

 La gente se venía abajo. Las estampas de las banderas las tengo grabadas a casi todas. ¡Cómo olvidarlo! Había con siglas MPLA, FNLA y UNITA. Al principio me importaba un carajo te voy a ser sincero. Vení con la bandera que quieras mientras gane el bolso. Después me contaron que fue la primera vez que agrupaciones de los tres grupos comando que querían hacerse del poder convivieron en paz por 90 minutos ¡Todo un récord! Resulta que el MPLA contaba con aliados cubanos y material bélico de la Unión Soviética, ni más ni menos. Bahh, hasta Gorbachov. Las otras, las que estaban en la tribuna de la Amsterdam si tomamos al Centenario de ejemplo, eran las de la UNITA. Confieso que al principio me resultó agradable el nombre. Parecía el de unos gurices que armaron un equipo de esgrima para competir en un provincial o de la casa de inmigrantes de la Toscana que armaron un centro de jubilados y caminan, plácidos, por la peatonal de Mar del Plata. Pero, al tiempo, me enteré que los supuestos bebés de pecho representaban a los chinos y a los estadounidenses que no querían compartir el poder con los primeros. Ah, como si fuera poco, los del MPLA no querían a ninguno de los dos movimientos anteriores y, para ello, recurrieron a la ayuda de Zaire y Sudáfrica. Parece que el bolonqui entre los tres vino después de que se unieran para echar, de una buena vez, a los portugueses. Obvio, lo de siempre: después uno quiso hacerse la América pero no entendió que no estaba en América sino en Africa. Y todavía están viendo quién le pone el cascabel al gato. Resulta que el tufo viene desde la Revolución de los Claveles allá por el ’74.  Y pensar que yo no era ni un proyecto de botija.
 Sabés cómo metí en el primer tiempo. Parecía Russel Crow en Gladiador. No me importaba nada. Terminó uno a uno por culpa del árbitro que cobró un penal por bando. El de ellos, en el minuto de descuento. Mirá lo que son las cosas: nos cagamos a patadas, tackle al cuello, escupimos, nos insultamos, hicimos tiempo después de que nos pusimos en ventaja y el puto de la momia esta vestida de negro nos cobró mancha en el área nuestra. Y pum, empataron el partido. Sí, son iguales en cualquier rincón del planeta.
 En el entretiempo pasó lo peor. Es que me doblé el tobillo en la jugada previa al penal y se me puso como una bergamota. Y, cuando amagué con pedirle al de la cruz roja que me infiltraran me clavó la mirada y me anotició: “Van más de 500 mil muertos, hay 4 millones de refugiados y por si no te queda claro hay alrededor de 100 mil mutilados por las minas y vos querés que gastemos una infiltración por un partido entre 22 yoruguas dementes que se creen que están en el Parque Rodó un domingo por la tarde”.

 Es así. En ese momento sólo valía lo que pasaba ahí adentro del verde césped. Lo demás me resbalaba. Mirá, recién a los tres años de jugado ese partido regresé a Montevideo a la casita de mi hermana Tatiana que se había construido cerca del Trócoli gracias a la ayuda de su difunto Leonardo, Leo para nosotros, que lo agarró una sudestada en una madrugada que había salido de pesca desde el Polonio, recién ahí me enteré, gracias a una enciclopedia para niños que tenía el Agus, mi sobrino, que a Huambo la llamaban, en tiempos de portugueses, “Lisboa Nova”. Y, en tren de confesiones, nada tenía que ver con la marítima y nostálgica capital de Portugal puesto que Huambo era el punto más estratégico del país gracias a su ubicación mediterránea.

 Pero en el segundo tiempo los liquidamos. Dos del Ruso y a la bolsa. Ya quedamos para siempre en la historia que es lo que importa. Ser parte del once tricolor que ganó el primer superclásico en tierras en donde el hombre empezó a ser hombre. Ya lo somos en el interior del país con ese 4 a 1 en San Carlos, en el ’32; los primeros en ganar fuera de la frontera del país gracias a otra goleada, esta vez 4 a 0 en La Plata, en el ’60; y tenemos el palmarés del primer triunfo en el clásico jugado en Europa hace poquito no más, en el 2005 en La Coruña.  
 Un lugareño, que no entendía ni mu y que fue con su hijo a ver el partido pensando que iba a jugar Maradona  (recuerden las andanzas del Diego por Punta en aquella época, casi la única noticia que llegaba del sur de América del Sur junto con la revolución productiva menemista) me miró con cierto desenfado y me dijo en un perfecto portuñol: “El clásicu también se olvidará. Si olvidamusss lo de Rigan”. El no entendía que hasta la visita del Papa o de Nixon en medio del watergate puede olvidarse pero que el fobal no viejo. Un partido nunca se olvida. O acaso nos hemos olvidado cuando en el ’16 goleamos a los chilenos por 4 a 0 y éstos querían impugnar el partido alegando que la delantera nuestra estaba integrada por africanos…
 El tipo se refería a cuando Ronald Reagan recibió al líder Sabimbi porque era anti marxista y que, como resultado del encuentro, le dio vía libre a la matanza de los opositores. El tipo también me contó que también hubo olvido de la masacre en la ciudad de Kuito. Parece que la llamaban la Stalingrado africana. Eran 50 mil y reventaron a 70 mil, según los forenses. No me preguntes como. ¿Y sabés quienes fueron? Los nenes de la UNITA. Con este marco quién se va a acordar de algo. Es muy peligroso. Además, viven el presente bastante discontinuo…discontinuo por alguna explosión.
 Y nos fuimos a festejar, obvio. Aún tengo la foto que nos sacamos mamados debajo del árbol nacional de Angola: el Baobab, ¡qué ironía! Porque somos los únicos más campeones. Sí, también es verdad: estos morochos también están sólos como el Principito. Pero no por vanidad. 




 EL CHU




BORGES Y EL INFINITO


                                                                En estos tiempos actuales, solo lo fantástico tiene
                                                                 Probabilidades de ser cierto
                                                                              (Pierre Teilhard de Chardin)

           Siento inquietud y zozobra. Tomo un libro de Borges y me interno en la lectura del Aleph. En esos momentos no quiero ser crítico literario, ni analizar las estructuras de ningún lenguaje.  Me sumerjo en el cuento. Junto con Borges, me instalo en el decimonoveno escalón de la escalera del oscuro sótano de la casa de la calle Garay, que gracias al sano recuerdo de la imaginación aún no fue demolida. Se me asegura que allí hay un Aleph. Desconcertado  le pregunto a Borges qué significa un Aleph. Sonriente y parsimonioso me contesta que “el Aleph es un punto en el espacio que contiene todos los puntos”. Venga, me dice, vamos a recorrerlo juntos. Sin muchos protocolos me comenta que ese punto representa el infinito de otros infinitos que guarda consigo en un instante. Describir con palabras esa experiencia implica expresar en el lenguaje corriente la representación de  una sucesión indefinida que se despliega en un tiempo finito. Pero lo que se ve realmente en ese punto es la totalidad de todas las cosas y de acontecimientos que sucedieron, suceden y que sucederán reflejados como en un espejo en un solo instante que podríamos denominarlo místico.  Temeroso traté de acomodar mi ojo en la dirección que Borges me indicaba. Pero enceguecido por la desbordante luz que venía de ese pequeño círculo que había en la escalera y que mi ojo dolorido trataba de rechazar, no podía percibir las formas que Borges me había descrito. Todo era luz resplandeciente no atenuada por la necesaria oscuridad que permite ver a las cosas en su verdadera dimensión sensible. Me esforcé pero reconozco que fracasé en la experiencia. Entonces Borges sonriente me dijo, que para percibir las formas es necesario atemperar la luz con el ensamble del decir poético y el pensamiento especular. Y recalcó que ningún mundo se nos da gratuitamente, el Aleph se construye con esfuerzo y dedicación ¡Lo demás deséchelo! Busque su Aleph a través de los laberintos que nos propone la existencia y allí encontrará el infinito y tal vez la eternidad. De repente suena un timbre y sobresaltado me despierto. La figura de Borges se esfuma tras el despertar del sueño. Y su evocación se dirige a un punto que tal vez algún día se me permita llamarlo mi Aleph 


EL ÉTOR






DESPERTAR EN LA PLAYA

Despertó en la playa. Ladeó la cabeza de un lado al otro y se encontró solo. El murmullo de las olas llegó a sus oídos y sus ojos miraron la lejanía contemplando el vacío del horizonte. En un instante tuvo el acertado sentimiento de que había sido abandonado y la experiencia súbita de la soledad absoluta ante la pérdida de su entorno tan  familiar  hasta ese momento. El amo de siempre que  había jugueteado con él innumerables veces y que tantos mimos le había ofrecido ya no estaba a su lado; se había ido quien sabe adónde para no retornar a buscarlo. Esa sensación de desconcierto duró algunos minutos y aunque no estaba en  su naturaleza el contabilizar el tiempo sino solamente merodear por el espacio,  experimentó  de repente que de un lugar apacible y placentero, el paisaje se le tornó arisco y  muy lejos de ser hospitalario  y un sitio poco favorable donde  arraigarse. Se levantó miró hacia todos lados y comenzó la ardua tarea de caminar lentamente por una de las calles centrales de la ciudad  que para él era solamente un sendero más y que no tenía un nombre, ni número, y que esa caminata tampoco significaba ahora un paseo como cuando salía a correr  con su amo y evocaba el sonido con que lo llamaba , que aparentemente en el lenguaje humano significaba algo, pero que para él no era nada más que  un eco  que correspondía con gestos de alegría y de obediencia en los espectaculares  saltos que realizaba alrededor de piernas conocidas y de una mano que sujetaba una correa que terminaba con algo así como un collar arrollado a su pescuezo. Siguió caminando, observando cada cosa que se interponía en su camino. De pronto se dio cuenta que tenía hambre y sed. ¡Qué fácil resultaba antes el tener esas sensaciones y lo rápido con qué le suministraban  esos elementos cuando los necesitaba! ¿Cómo haría ahora? Miró a su alrededor y vio un charco con agua.  Al principio dudó pero la sed era muy grande, así que se precipitó rápidamente en el charco, que a él le pareció un oasis y sorbió esa estancada agua  con ganas una y otra vez hasta saciar la sequedad áspera de su garganta. También y un poco más adelante  vio un bulto tirado en  la calle, lo rompió y con sorpresa comprobó  que había comida que alguien había escondido en esa bolsa. Engulló con rapidez esos restos hasta terminarlos. Los humanos dicen que sólo ellos son capaces de rumiar cosas en su cerebro pero él evidentemente rompía con esa regla. Y se le ocurrió cavilar que aquello que le ocurría ¿no sería acaso el precio que había que pagar por no contar con un dueño que le proporcionara el alimento y cierta protección, a cambio de soportar los cambios de humor y  sus quejas y a veces hasta  sufrir algún  castigo, cuando algo que  hacía no estaba dentro de sus planes? Se sintió anímicamente un poco mejor y se alegró de poder ir libremente por donde quisiera sin que lo condicionaran con el collar y le indicaran con golpes de soga el camino a seguir. También sospechó  que surgirían inconvenientes y nuevos peligros y que el mundo que se abría ante sus ojos no era un lecho de rosas, pero experimentar que solamente era un ser libre y sin ataduras ,  era eso lo que ahora importaba. Y en ese súbito despertar lo embargó una inmensa alegría y husmeando ávidamente el sendero, se alejó calle abajo hacia otro destino para él desconocido.


                                                                EL ÉTOR







                                                                                              
                  .

viernes, 9 de septiembre de 2011

AQUÍ ME PONGO A CANTAR...

Aquí me pongo a cantar…
(Poesías, poesías y poesías... sí, poemas también hacemos... pero no tenemos idea de cuál es la diferencia)

Gente en la raya

Quien SOS al levantarte
¿Una huella de barro o  asfalto?
para subir los escalones del serrucho

 La lengua de colores habla:
Que las dunas crecen
Por el viento joven
Que acarrea el cuerpo sin sangre.

En el fin de un punto,
Gente en la raya
Se ven en la vidriera
esposando las manos en el bolsillo
y contando los pasos hacia tras
Con ojos de casa vacía
sin ver la realidad del rocío
que es la realidad del bebedero social.

El paisa



Cuando papá llora

Cuando papá llora,
Se hace siesta la nieve
En la tarde carne

Es que su cuerpo esta arado
Por  arruga  madurez,
En semilla de emoción

Él transita
pañuelo descalzo
y árboles de hojas de lenguas
se van desbordando al río de sus párpados

Aunque es buen jinete de lágrima
a la sombra del sentimiento
es más trasparente que los ojos

Cuando papá  llora,
Un violín da rienda a la nota
y  las lágrimas quedan mudas

El paisa

¿QUIEN LE PUSO LOGO AL MONO?

¿Quién le puso Logo al Mono?

(Monólogos, diálogos, tria logos, tetra logos –esas son conversaciones de borrachos-, y así sucesivamente…)



El hijo del mar y el hijo del marinero

Decididamente cruzara la vereda. Nadie que lo viera ahora mismo dudaría que ese hombre fuera capaz de atravesar un infierno completo con la misma y constante serenidad. Mientras empuja la puerta vidriada del bar con la palma de una sola mano, desde aquí, sentado, puedo vislumbrar las macabras líneas de su destino. Hay tanta miseria acumulada en el contorno de esos dedos, gruesos, endurecidos por años y años de inclemencia sufrida a pesar de los esfuerzos, también, seguramente espirituales, para saldar las deudas contraídas con el cielo y el infierno y desviarse del curso implacable de tanta mala vida. La puerta cede como si le hubiera obedecido voluntariamente. Sostiene la altura de esos ojos de piedra, aunque no pueda evitar que parpadeen entrecortando la proyección interna de algún fantasma recóndito que ciertamente lo obsesiona.
Se detiene junto a mí. Frente a la barra se sienta, y todavía me da la impresión de ser aun más alto. Pide un whisky y en dos tragos le gana la partida, adelanta uno más con sus billetes maltratados y recién después del tercer sorbo, me habla.
Hijo, mi padre es el mar; no tengo esperanza de que lo entiendas ahora. Soy un huérfano, igual que vos, en esta tierra. En la tierra. Solo. No he perdonado, no busco el perdón. No lo necesito por ahora. Vengo a decirte que te he dado todo lo que tengo: el peligro y la libertad. No puedo enseñarte otra cosa más que esta. Al mar no hay que conquistarlo, no hay que cuidarlo, ni demostrarle quien sos para que se sienta agradecido. Es un padre sin hijos, el mar. Yo soy uno de ellos. Donde nace cada ola, ahí está mi niñez. Mi tierra. De tormentas, lunas y amaneceres en el mar está hecha mi memoria. Escamas, ramas, restos de peces devorados por otros peces, así son mis días; mis noches son innumerables estrellas por donde quiera que mires entre las que no estás ni siquiera perdido, sino inexistente. Mareas cálidas, mareas frías; no tengo primavera ni domingo. Lo que pesco, eso si tiene lugar entre los hombres. Yo soy marino. Pero, dios, hijo, dios, estoy seguro, es el brillo del sol en la superficie del mar. Hasta los peces lo saben. A él me confío y le pregunto cómo estás, siempre me responde: vivo. Eso es todo para mi. Porque no es bueno que el padre sobreviva al hijo. No está bien, no. Por eso los marinos como yo, morimos en tierra. Acá, en suelo firme, estamos, como decirte, en el otro mundo o más cerca del otro mundo. Cuando esté listo para ese último viaje volveré, me quedaré acá, anclado. Así tendrás la certeza, se disiparán las nieblas de tus dudas. Yo habré muerto para vos, para que tu vida siga su corriente por el cauce correcto. Después, solo después, irás al mar, conocerás el mar, el mar te reconocerá y me recordarás como era. Nada, nadie, te exigirá el perdón, ni tendrás ya necesidad de perdonar. Habrás heredado entonces mi tesoro, todo lo que esta vida me ha ofrecido, y yo, finalmente, le habré medido la profundidad a mi corazón.

La Chechu

EL LAZARILLO DE BORGES

El Lazarillo de Borges
Ficciones breves en prosa

¡¡¡Agarrate, Catalina, en este número primaveral, “El Chu” nos regala un cuento de fobal del re chupete!!! y La Ine nos embarca en su tren de lirismo y ensueño…

El superclásico del Caribe

  El tema fue así: yo era un mozo del Crucero Guido Spano y le estaba sirviendo mojitos en la cubierta a las viejas ricachonas de siempre, en el último día del otoño del hemisferio norte del 2001 cuando se me ocurrió llamar a mi hermana para saber cómo iban las vísperas típicas de la Noche Buena. Y, ahí, se empezaron a desencadenar las cataratas de sorpresas. Porque lo primero que me llamó la atención fue que ella se encontraba en la avenida de Mayo ¡En la avenida de mayo entendéesss! Es que se había casado hace poco y apenas le dio para una prefabricada en le terrenito del fondo de lo de su suegra, allá en Burzaco.
  El segundo indicio de que algo raro estaba pasando fue cuando me dijo que estaba caminando por el medio de la Av. de Mayo. Ella es media fóbica y la vía pública, en cualquiera de sus tamaños, le da automáticos vahídos y cambio abruptos de presión que se consuelan, preferentemente, con un par de titas y un huevito kinder sentada en una plaza.
  Lo tercero que me dio a pensar mal de todo (cuando digo todo es lo mismo que sucede cuando te para un rati por Gualeguay y vos te pones a repasar cada centímetro del auto sin saber, en el fondo, si hubo un cambio de ley de último momento que te obliga a llevar chalecos antiflamas y vos, con tu camperita de corderoy enfrentando a la sonrisa coimera del cana…) ocurrió cuando divisé el ruido cataplasmático de las cacerolas. Confieso que tardé en descifrar el sonido no se si por el sonido propiamente dicho o por no poder relacionar un ruido de batería del estilo de Rata Blanca con la avenida de Mayo.
  Obviamente que lo cuarto que recuerdo y lo primero que me dijo mi hermana fue ¡Bajaaaateeeee! A lo que inmediatamente le pregunté: ¿de dónde? A lo que ella precisó: ¡Del baaaarco! ¡Baaaarco!
  Y así fue cómo me radiqué en las Islas Vírgenes británicas. Yo vivía en Boedo. Imaginate. Por Av. La Plata y la autopista. Iba con la Butteler a todos lados. Soy cuervo desde la cuna, qué te pasa. Me fui caminando a Luján después de que la Virgen me cumpliera la promesa de salir campeones en Rosario después de 21 años con el gol agónico del Gallego González, allá por el ’95.
  Te hablo de esto y se me pone la piel de gallina. Sabés lo que extraño vivir las horas previas a un clásico, de esperar toda la semana el momento que tu equipo sale a la cancha; ir a la quema o a la Boca con barbijos…no tiene igual.
  Es por eso que cuando anclé aquí, en estas islas, me encargué de sustituir enseguida a la pasión. El fútbol todavía se sigue jugando once contra once y con una pelota redonda, ¿no?
  Enseguida me designaron “Chief V.I.P”; algo así como organizador de los hinchas. Será por la herencia de porteño, no tengo la más puta idea. Recuerdo que me preguntaban por “Caminitou”, lugar pedorro si los hay que sólo le das valor si vivís a 5 mil kilómetros. Yo les fui sincero: les decía que era un lugar con olor a podrido plagado de barcos hundidos y que si no tenés las monedas justas el 29 te deja tirado en donde vivía Quinquela y si, se hace de noche, no andan ni los perros. También me nombraron algo así como el jefe de la hinchada por el tema de los bombos y la costumbre de tirar papelitos. No saben que allá, para entrar dos papelitos, tenés que pasar como cinco vallados, que los canas te manoseen  de arriba abajo y, si tenés suerte porque el de adelante lleva una caripela más llamativa que la tuya, un par de dientes y cinturón con tachas, por ahí se distraen y no te sacan los diarios. Es por eso que siempre me imaginé qué les pasaría por la cabeza a estos cristianos si los dejara en la salida de la tribuna de Independiente, un viernes a la noche. El mismísimo infierno que si se bajaran del bondi en pleno Mataderos con la casaca del gallito de Morón, ¿te das cuenta?
   Hoy viajamos  en Barco a Charlotte Amalie, la capital de nuestros archirivales: las Islas Vírgenes estadounideneses. Estuve preparando cantitos. Los convencí de entrar a las gradas cantando “El que no salta es domination”, porque los gringos son los únicos de todos los estados que no votan. O, “Left compadre, la shell de tu mother”. Porque son, también, el único estado de izquierda. 
 No entiendo nada de política pero, con tal de ofenderlos, listo el pollo. Como cuando íbamos al Parque de la Independencia y les tirábamos cubitos de hielo a esos pechos fríos de la lepra. Además, nosotros tenemos el cerro más alto, que es el Pico de Sage o “Sashh” con 512 metros de pura elevación, de claroscuros que el gigante le pelea a las nubes con una punta pedregosa; en cambio los “virgins” éstos apenas tienen un pezoncito de 474 metros al que denominan Crown Mountain…¡Mouintain lo llaman! ¡¡¿podés creeeer?!! Pero ya les tengo preparada la cargada. Dice algo así como: “Jump, jump, jump me da un cagazo, que esta montaña de sheet se vayá al carajo”.
  Es que en las Islas Vírgenes Británicas vivieron los durísimos Arawacks que fueron limpiados por los crueles Caribes. Es por eso que llevamos la lucha en los genes. En cambio, los de enfrente tienen mayoría de puertorriqueños. I-ma-gi-na-te: ¿¿¿Ricky Martín nos va a robar los trapos????
  Nosotros fuimos siempre una monarquía. Por eso que nos envidian. Nunca van a tener a nadie como la Isabel que los cobije. Justamente ellos que son meta donas y chiken frito hasta explotar.
  Eso que me decías es verdad. Tenés toda la razón: tenemos un 20 por ciento más de negros. Está bien, nos cargan por eso pero nosotros sabemos bien lo que es laburar. Desde la caña de azúcar y del Capitán Cook que no paramos. Por eso armamos la bandera más grande de la historia de las islas con la esta leyenda. Mirá, mirá , acercate a la camarita: “Los que toman edulcorante son gay vigilantes” ¿Te gustó??? Ojo, ehh, les tuve que explicar el significado de “vigilantes”. Todo bien con los britishh. Sobretodo los de sangre irlandesa. 
  Pero vaya si nos recuperamos: tenemos el ingreso per cápita más alto de todas las islas con 38.500 dólares. ¿Qué diferencia, no? En Buenos Aires íbamos, llueve o truene, al Obelisco. Aquí, en cambio, nos vamos a los baños de la Virgen Gorda. ¡No sabés lo que es esa playa!! La arena parece harina triple AAA…¡triple AAA!
  Y ahí estábamos firmes. No pusieron la manga de salida (imaginate que los hinchas están mezclados) ni tampoco estaba el típico utilero del club que le avisa a la hinchada cuando el equipo está por saltar al campo de juego.
  Mirá, ambos seleccionados salen por el hall central del estadio, caminando detrás de la bandera amarilla del fair play, con dos hileras de niños etíopes o somalíes (para el caso es lo mismo) agarrados de las manos de los jugadores. Todos caminan encima de la alfombra roja. Mirá qué locura. Cómo ha cambiado el mundo, ¿no? Pensar que cuando mi viejo me llevaba al Viejo Gasómetro nada me excitaba más que el instante mágico en que los tablones se movían como sube y baja aguardando por la salida del primer equipo.
  Mirá, mirá qué entrenados que los tengo. Escuchá: “Esta es la hinchada crazy de los virginianos/ I follow a todos lados descontrolado/Virginiano I see you ver campeón/ Vamo Virgianiaaaaa, Vamo virginia”.
  El partido empezó demasiado parejo. En todo. No hay gambetas, ni  remates al arco, paredes, nada. Los once de cada equipo estaban cada uno en su campo y se pasaban la pelota a puro centritos para nadie. ¿Raro? ¿Y todavía me lo decís? ¡Esto es fobal viejo! Por eso con el primero que me la agarré fue con el técnico. Y…es el fusible del equipo. Y le empecé a gritar así: “Mr. Johnson, vigilante, go a head para adelante/ Mr. Johnson, sos un burro, siempre nos rompen el fuck you/ vamo’ a return todos juntos a las virgines”.
  Lo volví loco. Lo que me puso de los pelos fueron los de la platea contraria que me empezaron a sobrar. Me sacaban fotos como si fuera un Toba caminando por la quinta avenida. Yo, mientras tanto, les empecé a hacer las señas del cincuenta. “¡Fifte!” les gritaba. ¿Sabés por qué? Porque nosotros tenemos 50 islas y estos condenados a penas 16. No sabéees cómo me sacaron estos nabos. Le tuve que pedir el megáfono al de seguridad (no llevan armas pero sí bermudas así que imaginate) para descargarme con toda la bronca: “Gringou, gringou, gringou I have un cagazo, que esta isla de mierda is go para abajo”. No me digas el por qué pero me transporte a la popu visitante del Defensores del Chaco cuando les gritábamos lo mismo a los paragüas. Y, como el primer tiempo seguía siendo un embole, la culminé con el típico: “OOOhhh le olé, OOOOhhh le olá if you are yanki no lo thinkis más you go to temprano que vas a cobrar”.

  ¿Qué si extraño a los chori? Al principio. Pero después te acostumbrás. No se cómo ni cuándo pero de repente se t ecambian las papilas gustativas. Será porque somos animales de costumbre. Lo que suma también es que acá, en medio de lo que nosotros entendemos por “la popu”, te venden en una especie de jarra transparente, tres cuarto litro de cerveza tirada. Puede ser negra, tostada, con miel, fuerte, en fin: la-que-quie-ras.¡¡¡Y de vidrio!! Obviamente viene con un combo: si pones un par de verdes más te dan un jarrón de trole y medio más un cono de papas. Figurate.
 Yo no se en qué momento se le cambia el chip al ser human pero de pronto todo esto lo vivís como algo tan normal que comerte unas patitas de fray chicken es tan necesario como el vascolet con merengadas a la salida del Normal. Y uno no puede evitar compararlo con los puestitos de paty que caminan, lo digo por lo crudo, a la salida de la canchita de Lanús, por ejemplo; lo tenías que inundar de mostaza para pasarlo mientras que para llegar al puestito de hamburguesas primero tuviste que adornarlo a uno de los emisarios de la barra que, al grito de “un peso para japón, un peso para japón” no sólo se hacen el día y la semana sino que te hace creer que, con esas míseras limosnas van a sobrevivir por las autopistas de Tokyo a la espera de la final intercontinental.

  Uy, uy, uy, mirá mirá ¿cobró penal? ¡¡¡Cobró penal!!! ¿Este cara de mono nos cobró penal? Pero si todavía ningún jugador de ellos pasó la mitad de la cancha. ¡¡¡Podés creer!!! Qué ladrón. Si no hay nadie en el área. Parece Mar de Ajó un tres de julio. No lo puedo creer.
  Mirá, mirá lo que tarda en acomodarla en el punto penal. Parece un rugbier. Bahh. No quiero ni mirar…Gol, gol. Mirá cómo lo gritan, cómo si sacaran la tarjeta del banelco. No importa, vamooooo’ carajooooo’: “Pongan eggs, pongan eggs, pongan eggs, pongan eggs que no ha pasado nothing, pongan eggs, el equipo pongan eggs, this hinchada, la Copa tweenty catorce volverá”
¿Quée???? ¿Que lo va a hacer patear de nuevo?? ¿Porque el arquero se adelantó??? Si, fue gol, qué importa si se adelantó o no. No se entiende. El referee está más desorientado que el acomodador del cine el día que estrenan la última de Potter.
  ¡La colgó! ¡La Colgó!! ¡¡¡La sacó del estadio la bessstia!! No te digo que son de madera éstos engendros de boricuas.
¡Che Johnson!!! ¡Johnson!! ¡¡escuchame pajero!!!! ¡¡Ponelo a Cristianshen!!!! ¡¡A Cristian-sehn!!! ¡No pasamo la mitad de la cancha Johnson!!
¿¿Qué quién es Cristiasehn?? Es un  pibe de allá. Juanjo Sarratea se llama. Se cambió el apellido para no levantar la perdíz. Es de Isidro Casanova y parece que viajaba con los viejos para Disney. Bahh, eso dijeron en migraciones. Resulta que sus viejos iban de caseros a una mansión en Santa Mónica. El avión aterrizó de emergencia en las islas por el Huracán Mitch y se quedó no más. Labura de albañil igual que allá. Pero acá a las tres de la tarde se para todo y el flaco tiene tiempo de irse a la playa y todo. Ni qué decir cuando tiene algún accidente laboral. Ya no tiene que ir al policlínico de San Justo.
La mueve más que todos. Es el único que nos puede hacer ganar el clásico.
¡Miralo! Miralo con las ganas que entra. Es el hijo del viento, ¿te das cuenta? Una flecha. Córner mirá. Lo va a tirar él. ¡Tiralo olímpico que éstos no saben menos de reglamento que mi hermana! Ahí tira, ahí tira…¡GoOoOoOoLLLL!!!! ¡Te lo dije!! ¡¡Gol Olímpico y la gran puta!!! ¡¡GooooOOOllll cheto puto goOOOllllLL!!!!
¡¡Vamo’ todos a cantar carajo!!! “You look, you look, you look, sacale una foto, se van para Saint Thomas con el asshole roto” ¡¡Qué alegríaaa ganarles a éstos!! Es que nos llaman, despectivamente, con el apodo de “cobrizos”.  Nos burlan porque el Imperio español nos extraía el cobre allá por el 1500, mil seiscientos, más o menos. Después es history conocida: vinieron los holandeses y, por suerte, los ingleses, unos años después, les metieron el raje. Si no yo no estaría acá arengando a estos pecosos ¿Sabés quién estaría?? El nabo de Manolo. Manolo, el valenciano mufa que siguió a España como a diez mundiales menos al que ganó. Nosotros somos hooligans, ¿entendeésss? No como estos pendejos que te ponen porristas de segunda, las que quedaron arafue del casting para el superbowl, ¿te das cuenta?
  Uyy, irá, mirá, bajó el helicóptero-ambulancia porque el flaco Sarratea se quedó en el piso simulando una falta más de la cuenta. ¿Qué incrédulos estos gringos? Si-em-pre-nos-envidiaron. Es que nosotros sólo recibimos 350 mil turistas al año y ellos 2 millones. Se quieren matar. Ciudad del Este every year. Por suerte laburamos mucho menos gracias a los subsidios de la Queen madre. Es por eso que, con el tiempo libre que tengo, sigo a la selección a todos lados.
¿¿¡Cóoomo!!!?? ¿¿Qué el referee lo suspendió?? ¡Juez, sun of beach, juez y la remil que te parió!! ¡Referee comfather!!!
  No lo puedo creer: lo suspendieron por culpa de Sarratea. Y seguro que nos van a quitar los puntos. Van a darle el partido ganado a los virginianos de U.S.A. dos a cero y chau manchas. ¿Quién va a tener los cojones de ir hasta Zurích para quejarse ante el mismísimo Blatter? Y todo ¿sabés por qué?? Todo por culpa de los inmigrantes. Qué ironía. Sarratea y la concha misma de tu madre. Yo lo sabía. Se lo dije a la Claudia, ehh. Qué te pensás, carajo.

El Chu


El regreso

Era bastante difícil llegar hasta la estación. Primero porque extrañamente quedaba lejos del caserío - nunca nadie supo explicar el porqué de semejante tontera-, y segundo porque al no ser utilizada en los últimos años, todo se había derrumbado dándole paso al indomable tiempo que todo lo desmantela. Había que cruzar un descampado, una especie de avenida que nunca cumplió su función, otro descampado más, y luego de sortear el alambrado perimetral ya caído, había que recorrer un camino que a fuerza de no ser transitado se había desdibujado y llenado de yuyos.
A pesar de las dificultades, el atardecer mostraba una cadenciosa policromía de azules, naranjas y violetas. Una imagen de postal que me hubiera quedado mirando sin apuro y sin embargo no lo hice.
Al llegar al andén y contrastando con la estampa abúlica y apacible del cielo, una multitud bulliciosa y terrenal con dominguera ropa de oferta y olor a perfume barato, conversaba vociferando en clima de fiesta. En las pancartas se leían frases de bienvenida y de tanto en tanto hacían sonar tapas de cacerolas golpeándolas entre sí o palos contra alguna lata en un lamentable concierto de percusión. No faltó alguna corneta distraída aullando entre los golpes.
Me pregunté que estaba haciendo yo ahí, mientras percibía en mi cuerpo, como pasta pegajosa, la incomodidad visceral en la que me encontraba. A mi no me importaba que el tren volviera a transitar y uniera las estaciones de este pueblo y de otros tantos pueblos olvidados ya sin razón de ser en estas tierras perdidas de la mano de dios, si es que existe, pues al verlos pienso que no, que es sólo una ilusión de esta pobre gente que lo tiene como consuelo de sus penurias y su mediocridad.
Me respondí que quizá por eso estaba allí, por solidaridad con ellos, para comenzar a sentir que no soy distinto, que casi soy una parte, ni mejor ni peor, sólo una parte de esa masa pequeña y amorfa en un acontecimiento popular, y en la vida. Me entremezclé tratando de pasar inadvertido y sin perder la terrible sensación de viscosidad, haciendo un esfuerzo para que todo eso me incumbiera aunque sea un poco.
El tiempo iba pasando sin nada más que pasar y pasar y en ese vaivén los  colores se fueron perdiendo y apareció la primera estrella.
De pronto se oyó el silbato del tren y todos se estremecieron de júbilo e inclinaron sus cabezas al sur, lugar por donde habría de venir el gusano mecánico que tanto esperaban. Sin embargo ni una luz apareció por las vías que a simple vista se unían en el fondo del horizonte. Otra vez la sirena y otra vez nada. Pasó un rato largo y sólo el sonido inundaba la escena, que por suerte los hizo callar en la espera de ver aparecer de una vez por todas la formación. Cuando la impaciencia ya se cortaba con cuchillo, se la vio venir entre nubarrones de humo y acompasada letanía. Saltaron, aplaudieron, agitaron carteles y más y más ruido. Los últimos metros fueron para mí los de mayor tensión. Se acercaba lento, como a paso de hombre. Cuando pude definir con mis ojos la máquina, sentí una especie de temblor que se acomodó en mi cuerpo al darme cuenta que no veía al maquinista que supuestamente y como creí que sería lo lógico en estos casos, aparecería triunfal saludando con su mano en alto.
Comenzaron a verse más de cerca las ventanillas del primer vagón de pasajeros. Pude detectar con sus manos blancas apoyadas en el cristal un hombre tan parecido a mi padre, que de no ser por la realidad, hubiera jurado que era él. La visión me estremeció más aún de lo que ya estaba. Lo seguí mirando hasta que pude, pero en el segundo vagón apareció frente a mí, inconfundible y bonachón, mi tío Alberto, sonriente y con su boina a cuadros, tal como lo vi la última vez. Me hizo un gesto de saludo y me guiñó un ojo, como era su costumbre.
Sólo en ese instante percibí la tensión que se había adueñado del andén. Como si todos nos hubiéramos transformado en uno solo, una bola humana que latía al unísono, lentamente, en ajustada respiración espantada y   pasmosa.
Nos subimos al tren apenas se detuvo.

La Ine