jueves, 5 de enero de 2012

EL LAZARILLO DE BORGES

Transmite radio olitas-by pass

 Lucas no quiso ir a París. Aduce que ya lo conoce de memoria ya que viajó a la Ciudad Luz en cuatro veces en los cinco años del secundario. Prefiere quedarse con Angélica en la casa del country El Rebenque del Sol para que, en los días que salga a bailar, le cocine y le lave la ropa. Bah, al final le lavará los manchones pegajosos de vodka Aptitud que se le volcó al piso o para mitigar un vómito en la camisa rosa del flojito de Tomas Peterson.
 Angélica, a su vez, está preparando sus vacaciones. Preparar no significa tener la assist-card al día o calcular las millas ya conseguidas; es, además de freír las 42 milanas para dar de almorzar a toda la trouppe familiar (incluyen novios de las hijas, cuñados y amigos de amigos) o pedirle a la Nelly, la mujer de su hermano Héctor, que se fije si algún traje de baño de sus sobrinos le puede quedar a los suyos, primos todos de la misma edad pero más menuditos; si no, lo verdaderamente importante para iniciar las vaca es que le paguen a Renzo, su marido, el trabajo de albañilería que le hizo a la familia Cáceres Montaigne, del country de al lado el Haras del Yanquetruz y que el mecánico (el del taller de Sol y Verde, entre Pilar y José C. Paz) le arregle el carter del 1500 cuanto antes y, por útlimo, que la rotisería que alquile su hermano Osvaldo en Mar de Ajó, en donde se va a hacer la temporada, tenga un altillo o, en su defecto, un cuartucho al fondo en donde poder estirar las piernas. Sólo llevarán a Moncho (“Monchito”), ocho, y a Mabelle, de doce. Juancito de diecinueve se va a laburar en la recolección de la papa como en todos los veranos. Mientras tanto, Blanquita, de veintiuno, se quedará haciendo el duelo, como en los últimos cuatro meses, por la muerte de Bryan, de tres, por tuberculosis. Ella, que aguanta en una choza sin revoque, en donde sólo le entra una cama de una plaza y debe cerrar con candado la puerta sin cerradura si quiere ir pedaleando todas las tardes, en un rodado para adolescentes, hacia el cementerio local. Pero antes, antes de cerrar el candado de la puerta, mirará por vez número mil el borde de la tele de 20 pulgadas, que tiene en su borde a ositos pegados de color rojo y blanco con la leyenda “Mamá te quiero”. Todavía se mantiene espectralmente de pie gracias a los bolsones de comida y a las horas que se la pasa mirando Gran hermano. El mismo programa que mira Tomás Petersen mientras chatea en el facebook con sus amigos. Y Blanquita, también, tendrá que decirle a sus padres que no irá otra vez a Mar de Ajó porque ya fue muchas veces. No se sabe nada del padre de Bryan.

 EL CHU

1 comentario:

  1. ¡Compleja la realidad social!. Ya que los discursos que circulan parecen estar agotados para que puedan despertar conciencia y llegar a interesarnos la situación del prójimo.¿Podrá llenar ese espacio la literatura, sin llegar a ser panfletaria?

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