viernes, 9 de septiembre de 2011

¿QUIEN LE PUSO LOGO AL MONO?

¿Quién le puso Logo al Mono?

(Monólogos, diálogos, tria logos, tetra logos –esas son conversaciones de borrachos-, y así sucesivamente…)



El hijo del mar y el hijo del marinero

Decididamente cruzara la vereda. Nadie que lo viera ahora mismo dudaría que ese hombre fuera capaz de atravesar un infierno completo con la misma y constante serenidad. Mientras empuja la puerta vidriada del bar con la palma de una sola mano, desde aquí, sentado, puedo vislumbrar las macabras líneas de su destino. Hay tanta miseria acumulada en el contorno de esos dedos, gruesos, endurecidos por años y años de inclemencia sufrida a pesar de los esfuerzos, también, seguramente espirituales, para saldar las deudas contraídas con el cielo y el infierno y desviarse del curso implacable de tanta mala vida. La puerta cede como si le hubiera obedecido voluntariamente. Sostiene la altura de esos ojos de piedra, aunque no pueda evitar que parpadeen entrecortando la proyección interna de algún fantasma recóndito que ciertamente lo obsesiona.
Se detiene junto a mí. Frente a la barra se sienta, y todavía me da la impresión de ser aun más alto. Pide un whisky y en dos tragos le gana la partida, adelanta uno más con sus billetes maltratados y recién después del tercer sorbo, me habla.
Hijo, mi padre es el mar; no tengo esperanza de que lo entiendas ahora. Soy un huérfano, igual que vos, en esta tierra. En la tierra. Solo. No he perdonado, no busco el perdón. No lo necesito por ahora. Vengo a decirte que te he dado todo lo que tengo: el peligro y la libertad. No puedo enseñarte otra cosa más que esta. Al mar no hay que conquistarlo, no hay que cuidarlo, ni demostrarle quien sos para que se sienta agradecido. Es un padre sin hijos, el mar. Yo soy uno de ellos. Donde nace cada ola, ahí está mi niñez. Mi tierra. De tormentas, lunas y amaneceres en el mar está hecha mi memoria. Escamas, ramas, restos de peces devorados por otros peces, así son mis días; mis noches son innumerables estrellas por donde quiera que mires entre las que no estás ni siquiera perdido, sino inexistente. Mareas cálidas, mareas frías; no tengo primavera ni domingo. Lo que pesco, eso si tiene lugar entre los hombres. Yo soy marino. Pero, dios, hijo, dios, estoy seguro, es el brillo del sol en la superficie del mar. Hasta los peces lo saben. A él me confío y le pregunto cómo estás, siempre me responde: vivo. Eso es todo para mi. Porque no es bueno que el padre sobreviva al hijo. No está bien, no. Por eso los marinos como yo, morimos en tierra. Acá, en suelo firme, estamos, como decirte, en el otro mundo o más cerca del otro mundo. Cuando esté listo para ese último viaje volveré, me quedaré acá, anclado. Así tendrás la certeza, se disiparán las nieblas de tus dudas. Yo habré muerto para vos, para que tu vida siga su corriente por el cauce correcto. Después, solo después, irás al mar, conocerás el mar, el mar te reconocerá y me recordarás como era. Nada, nadie, te exigirá el perdón, ni tendrás ya necesidad de perdonar. Habrás heredado entonces mi tesoro, todo lo que esta vida me ha ofrecido, y yo, finalmente, le habré medido la profundidad a mi corazón.

La Chechu

1 comentario:

  1. Conmovedora metáfora de un relato donde aparece el mar como el maestro que forja el ánimo de un personaje que eligió habitar en esas inhóspitas aguas para forjar un destino y transmitirlo como enseñanzas de vida. Muy bueno Chechu

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